GRIS | Un ensayo poético de Pablo Duarte

Del gris se dicen cosas.

Que es un color sin carácter.

Que es el color de lo indeciso.

Que es el color de lo sombrío.

Que es el color de lo anticlimático.

Que es el color de la obsolescencia.

Que es el color de la agonía.

Que es el color sin fuerza.

Que es el color de los arrepentimientos.

Que es el color de las emociones mediocres.

Que es el color de lo mediocre.

Por qué es el color de lo mediocre.

Porque el color gris es más que sólo el contraste entre colores. Más que un color de fondo sobre el cual las tonalidades contrastantes despuntan.

En todo caso, podría ser que el gris es un color que habla menos de pigmentos y más de estados de ánimo.

Pasa con todos los colores, que se les atribuyen disposiciones emotivas.

Ése ha sido el caso desde la Antigüedad, aunque no se tenga claro cómo es que la Antigüedad consideraba los colores.

En 1856 William Ewart Gladstone se puso a revisar las menciones a colores que aparecen en la obra de Homero. Dice negro ciento setenta veces y blanco cien. Púrpura otras tantas, amarillo, gris a cuentagotas. Y nunca dice azul.

Ya lo hizo Maggie Nelson.

Lo hizo William Gass.

Lo hizo Herman Melville.

¿Alguien le ha dedicado páginas y tiempo al gris?

William Payne le dedicó tiempo.

Al gris y a la pedagogía de la pintura en la Inglaterra victoriana.

Tanto tiempo le dedicó al gris que su apellido bautiza un tipo de pigmento, azulado y oscuro, precioso para quien quiere representar esa bruma que envuelve al horizonte.

Bruma Gris Payne.

También los cronistas en la Francia de los siglos xviii y xix.

Hablaban de grisettes al referirse a las mujeres trabajadoras por el tono de las ropas.

Y las idealizaban y las humillaban.

Y les dedicaban poemas y óperas.

Y las retrataban en pinturas grises.

¿Alguien más le ha dedicado páginas y tiempo al gris?

Al gris del concreto.

Al de las horas antes del amanecer.

Al de la personalidad.

Al de la prosa.

Al del domingo por la tarde.

Al del lunes por la mañana.

Al de las perspectivas de futuro.

Al de la plástica contemporánea.

Al del elefante.

Al de la ballena.

Al del ratón.

Al de las zonas que no son una cosa ni la otra.

Al de los nubarrones.

Al del humo.

Al de la ceniza.

Al del desdén.

Al de la somnolencia.

Al del cabello.

A éste, Mary Beard, la historiadora inglesa, le ha dedicado tiempo. El color del cabello es estereotípicamente la zona de corte entre la juventud y la vejez.

Se tolera en unos y en otras se censura.

Se reclama juventud en unas y en otros se celebra la madurez que una cana otorga.

Se promueven tinturas.

Se invocan enmascaramientos.

Se persiguen las raíces reveladoras del cabello sin melanina.

Se ocultan porque al gris se le toma por evidencia de muchas cosas.

De caducidad.

De agotamiento.

De excentricidad.

De autoridad.

De desconfianza.

De pérdida.

De invisibilidad.

De independencia de opinión.

De independencia de decisiones.

De incógnitas.

De secretos.

De cercanía con la muerte.

Pasa con todos los colores, que se les atribuyen disposiciones emotivas.

Aunque se trate de longitudes de onda, de fotones e intensidades energéticas y células sensibles a estas variaciones.

Conos y bastones, se llaman éstas últimas.

Tenemos más bastones —capaces de percibir los claros y los oscuros— que conos —capaces de distinguir sobre todo tres frecuencias del espectro de onda.

Eva Heller, en su libro hecho de encuestas sobre el color, identifica sesenta y cinco tipos de grises distintos.

Y habría más si identificamos prominencias e importancias que ameriten atención.

El color azul no era para Homero un color de prominencia como lo era el púrpura.

Pero no hay que suponer que no veían azul, nada más no lo nombraban. Aunque tampoco se puede descartar del todo.

Porque de los colores se dicen muchas cosas y aún no se dice exactamente si son atributos independientes de la vista o contingencias que la biología y la cultura les imponen a las cosas.

Es decir que, si la luz se apaga, ¿la manzana deja de ser roja? ¿Se vuelve gris?

Porque, merced a los bastones, vemos grados de oscuridad en la oscuridad.

Vemos grises.

Más de sesenta y cinco.

Cuando despertamos.

Cuando atardece.

Cuando estamos por dormir.

Cuando no podemos dormir vemos grises y un mundo gris.

El gris es un color insomne.

El gris es un color de la duermevela.

El gris es el color de la vigilia.

El gris es el color que habla de sí mismo.

Porque de los colores se dicen muchas cosas.

El gris es un color extraño, en todo caso, es el color de la obviedad.

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